19 de septiembre de 2012

Las pilas

El otro día fue el cumpleaños de mi primo. Seis años, reunión familiar. Croquetas, niños huracanados; ya saben, nada fuera del protocolo. Pero aún así ocurrió algo que me hizo pensar.
A lo largo de la tarde fueron llegando desordenadamente familiares y adyacentes con sus regalos reglamentarios. Unos traían juguetes horribles, ruidosos y caros. Otros tan solo traían juguetes horribles, casi seguramente por falta de presupuesto. Yo venía de la Universidad totalmente impresentable -lo que quiere decir que no había traído ningún presente- y sentí la necesidad de pasar la tarde jugando con los niños, como para compensarles o como para quitarme de encima todo aquel cientificismo raquítico que traía del campus.
A eso de las ocho y media llegó el último de los invitados, un joven piloto que es la nave insignia de la familia. Todo en su vida era despampanante, y trajo, como no podía ser de otra forma, un regalo despampanante: se trataba de un ferrari radiocontrol rojísimo y superprovocativo. A mi primo casi le da un infarto. Claro que el coche necesitaba pilas, y mientras las buscaban, decidí enseñarle a los pequeños que el mando del coche no solamente era el mando del coche.
Les enseñé que el mando del coche podía ser el mando de la estantería o de las persianas o de los coches que pasaban por la carretera. Les enseñé que el mando tenía el poder de hacerme imitar toscamente a un robot controlado por un niño de seis años -enfin, el amor- y que podía también ser el mando de los invitados ahora mismo, en esta misma habitación, y al instante siguiente asumir el control de un ser inverosímil, quién sabe en qué Universo.
Aquel mando era el mejor juguete del mundo. El coche tampoco estaba mal, pero caray, señores, el mando podía controlar cualquier cosa. Eso era mejor que una bañera llena de chocolate, y ellos lo sabían. Aunque lo olvidaron inmediatamente. Porque en ese instante llegó el piloto con sus pilas nuevas y rompió el mando con las pilas. Yo supe que se lo había cargado cuando vi encenderse los faros del coche y empezaron a girar sus ruedas, trayéndolo y llevándolo inútilmente hacia delante y hacia atrás.
Este suceso me hizo preguntarme si no habrá, como en este caso, un piloto detrás de todas nuestras distracciones. El coche por fin funcionaba, pero... ¿y todo lo demás?


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