12 de octubre de 2012

Bajarse los pantalones

Once y media de la noche, suena el timbre. Abro la puerta, por qué no.
  -Cada vez que tengo un problema, me bajo los pantalones -y sin titubeo alguno dejó caer sus pantalones hasta los tobillos. Sus calzoncillos eran ridículos y viejos, pero el tipo en cuestión miraba con valentía desde las profundidades de su anchísimo traje barato. Una nota de ligera desesperación.
Tras unos segundos de estupefacción, le invito a pasar al estudio. Podría haberlo despachado con una frase del estilo de ''pida usted cita y venga dentro del horario'' o ''no esté usted tan rematadamente loco", pero la verdad es que me sentía profundamente intrigado por su comportamiento. Además, era evidente que necesitaba atención literaria. Se subió los pantalones. Tomé mi libreta.
  -¿Y dice usted que siempre hace eso, lo de bajarse los pantalones, cuando tiene un problema? - pregunté, una vez que me hube repuesto de la impresión inicial.
  -Siempre. Sea cual sea la situación.
  -Y ha venido a que le corrija esa costumbre, naturalmente.
  -No es ese mi propósito, no. He venido a que me ayude con un problema. Por eso me he bajado los pantalones. ¿Es necesario que..?
  -No, no, no; no se preocupe -interrumpí ante su ademán de volver a bajarse los pantalones. Ha quedado perfectamente claro que tiene un problema. Cuénteme, ya sabrá que no hay ninguna intriga que no pueda solucionarle.
Se llamaba Marco. Me contó acerca de un desengaño pasado, de lo itinerante de sus trabajos; y sobre todo de su coqueteo reciente con la bebida causado por la muerte de un familiar. Yo mientras tanto fantaseaba con su exhibicionismo casi patológico. ¿Sería un acto de rebeldía ante las restricciones sexuales que sufren los personajes en su día a día? El componente erótico me tenía fascinado. Confesaba mientras tanto que nunca antes había acudido a una clínica literaria, ya que le gustaba la idea de llevar una vida de persona; cargando mejor o peor con los acontecimientos y sin poder dar nunca marcha atrás. Pero no podía más. Dibujé un par de pollas en la libreta. Me aburren los dramas.
Acabó por pedirme que le cambiara lo menos posible. Que le escribiera alguna novia y un viaje modesto a un sitio barato. Lo justo para ir tirando. Me dejó sus descripciones sobre la mesa y adelantó que no podría pagarme el importe íntegro de mi servicio. Claro que no, ninguno puede. Silencio. ¿Bajarse los pantalones teniendo frío es más reivindicativo? Pongamos, por ejemplo, bajarse los pantalones en una cárcel de Siberia. Pero finalmente creo que es un acto de sumisión. Algo así como el consumo. Nadie viene aquí si le queda dinero. Así que, decidido al menos a satisfacer mi curiosidad, le pregunté:
  -Oiga, y eso de bajarse los pantalones...
  -¿Si?
  -¿Cómo le ayuda exactamente a solucionar sus problemas?
  -No me ayuda en absoluto a solucionar mis problemas. A lo único a lo que me ayuda es a diferenciar entre un problema y una dificultad.
Y ante mi gesto de incomprensión, completó:
  -Verá, no es un problema tan grande si no estoy dispuesto a hacer el ridículo por solucionarlo.
Y en ese momento se marchó, dejándome tan confundido como al principio. Me acuesto y no me duermo. Sigo pensando en pantalones. Pantalones grandes y pequeños, anchos y ajustados, nuevos y desgastados. Comparo modelos de pantalones liberales y comunistas, masificados y artesanales. Ese tipo era realmente peligroso. Una civilización entera bajándose los pantalones ante los problemas: imagine el poder que le otorgaría a las compañías el contar con una mayoría social nudista y sumisa. Desvarío. Cuento pantalones.
La una y la una y media y las dos y las pernera y media. Sé que no tengo cita previa, y que seguramente vengo fuera de horario de emisión y que solo habrá teletiendas y porno socarrón, pero enciendo la tele, y la tele me abre la puerta y dejo que me reescriba. La miro desde las profundidades de mi anchísimo pijama barato.
Ya de madrugada despierto en el sofá con el impulso irracional de bajarme los pantalones y de comer algo en un McDonald's. En ese momento, tiro la televisión por la ventana y salgo corriendo a la biblioteca de guardia más cercana para leer algo de Huxley o de Orwell.

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