Se me han cruzado los cables. Mi estado
de ánimo es soltero, mi estado civil muy jodido. Los fuelles y
correas de mi cuerpo siguen tirando del animal racional que hemos
acordado que existe; pero ya no me pesa, ya no se mueve. O se ha
apaciguado o se ha muerto, pero ya no resuella. Yo lo que veo es que
se quedaría todo el día flotando en la oscuridad, que me cuelga
hacia arriba muy raro.
Con las historias pasa como con las
sirenas de las ambulancias: lo peor es saber a dónde van. Qué puedo
decir de nosotros. ¿Cojo mis tripas y me voy...? Ya llevo un mes
vomitando braguitas muertas, sus encajes me arañan el estómago, la
garganta; mi lengua pasada, todo lo que nos hemos dicho y lo que no.
Levanto la frente cada mañana y ahí
está el mismo sol de siempre. Mi piel no se ajusta del todo bien a
mi esqueleto, y todavía deja escapar algo de su calor en tonterías.
Al fin y al cabo qué somos, un conglomerado de astillas. Así que el
sol me anima, me devuelve un poco de todo lo que se me escapa sin
querer. También por eso cuando estiro los brazos para abrazarte se
me pone el rostro tirante y tengo que cerrar los ojos con fuerza para
que vuelva a su sitio. No te confundas. Te quiero todo lo que puedo.
Intento estar contento. Reírme mucho,
de todo. Suelo reír hasta que empiezo a toser. Pero para qué
aclarar la voz, si la voz está para romperla. Eso por no hablar de
los putos colores. El otro día me dio un ataque de granate y ahora
hay un agujero en el tabique de mi cuarto. Supongo que podría
dejarme allí un nudillo o dos y plantar un árbol de puñetazos y
cagarme en la puta todas las noches mientras me duermo o finjo que me
duermo, revolviéndome como un huracán enjaulado. Pero mi sudor, mi
propia piel quiere ser afluente de otros cuerpos. Y no me deja. Tira
de mí cuando me voy a ir flotando en la oscuridad.
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